lunes, 26 de noviembre de 2018

Crítica Teatral

TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL NARCO

Salí de mi trabajo con cierta angustia de no poder llegar a la cita. Tengo unos horarios tan limitados que cualquier reunión teatral se convierte en un periplo y hasta mis mismos encuentros con mis obras ya enmarcadas y estrenadas, soy para muchos de mis intérpretes, un director que no se sabe si llegará y adoptará su papel de creador en la obra. Cosa que advierto desde un principio a quienes se aventuran a crear conmigo. Si así soy con las mías, por un problema de no vivir de lo que uno escribe y de estar aprisionado en la dictadura del trabajo, imagínense en el placer de querer ver una obra de teatro y de tener el deseo sincero de ser complaciente con mis compañeros de profesión. Pues no hay mejor ayuda que el acto de estar ahí, apoyando propuestas de a quienes consideras que construye el teatro con verdad. Tenía pendiente admirar el texto puesto en vivo de Acoyani Guzman, pero no sabía si podía llegar a la cita y es más, cuando finalmente lo logré se lo dije a quién me vendió la entrada, preguntando mi nombre y con la cabeza metida en la lista de reservas: “No he reservado porque no sabía si llegaría. Pero aquí estoy.” Me sonrió con la complicidad de mi sonrisa.
Después de tal nerviosismo de si llegaría o no me vi sumergido en la obra desde el primer minuto, pero no al entrar. No hay nada tan gratificante como observar a las actrices que te reciben en la entrada desde la pecaminosa proporción de ser mujeres de los narcos. Pues esa era la apariencia. Intimidación y atracción. Una mezcla tan poderosa como la peor de las drogas.
Y en ese inicio nos adentramos en el templo de los narcos. En fila nos invitaron a observar, tocar, sentir y saborear a sus grandes santos. La santa muerte y el santo Malverde, santos apócrifos de la iglesia. Aderezados por el alcohol para embriagarnos en lo que sería después, un golpe feminista de narcotraficantes, una visión de mujer dentro de una sociedad de narcos creada como siempre por los hombres, una historia de dos mujeres que se encontraron y vivieron juntas su destino -hace falta más historias de mujeres en los teatros-, un regalo para hacernos comprender lo que el narcotráfico hace en la sociedad mexicana pero que en el fondo no es tan ajena a otras sociedades donde las desigualdades y la pobreza existen y conviven.
Soy muy de los detalles y nada más entrar y ver los altares de aquellos santos no pude evitar observa a la actriz Noemí Rodríguez –quien hace el papel de La Pulpo- caminando despacio en círculo ajena a toda esa fiesta y jolgorio de la entrada. Un dibujo interesante símbolo circular de nuestras vidas no muy ajenas a la de los personajes.
Sentado comencé a disfrutar de un espectáculo que, nunca mejor dicho, me narcotizó. Conocía el texto de Acoyani y es normal que al leerlo imaginara una puesta en escena diferente. El gran trabajo coreográfico destacando los momento del narcodocumento, una expresión de lo que llamaríamos teatro documental o  teatro literal, te introducían en lo que la autora quería mostrar, como el narco ha marcado en la sociedad mexicana y más en las clases populares, un tiro de gracia directo hacia las desigualdades sociales con el punto de vista de la mujer. Pero la historia de Corderita (Anaïs García) y La Pulpo (Noemí Rodríguez) es una representación a su vez de la amistad de dos mujeres, del amor entre ellas y el desengaño. Y eso es lo que hace humana la obra. Es indiferente para mí si una llegó porque fue injusta su encarcelación como si lo fue, el hecho de la magia de la obra es por ese amor que entre ellas brotó entre los barrotes de la cárcel y entre las miradas de la Santa Muerte y Malverde.
De forma indiscutible los elementos místicos que Acoyani plantea hablan de la incultura a la que estamos sometidos. Con esto no quiero ofender a los creyentes, pero el hecho de esos rezos a los santos -escenas llenas de verdad y que entiendes, en su contexto, el porqué de esa devoción- me parecieron tan de otra época como ver en Madrid a fieles de rodillas implorando a un santo a que le quite sus males. La única diferencia que esas figuras es que no son aceptadas por el Vaticano.
Otro punto importante es la metáfora en la obra donde, la gente acostumbrada a darles todo masticado y comido, no entiende que un contexto primordial, la cárcel no son esos barrotes, ni la apariencia de lo que viven. La cárcel es la que ellas se crean y llega hasta un punto donde confunden la realidad de sus verdaderas existencias con un mundo paralelo que es una celda más donde nunca podrán salir.
La obra espero que tenga salida. Es un maravilloso texto, una muy buena puesta en escena, una destacable interpretación de las seis actrices donde el compromiso de la verdad era constante -cosa que no ocurre siempre- y donde la temática nos lleva a la reflexión de una sociedad donde la única salida es el narco como escape a la realidad social. Esperemos que haya otras salidas y que en un futuro no todos los caminos conduzcan al narco.

Carlos Gomariz

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